Raymond Pozo revela su historia de fe, sacrificio y superación desde sus raíces en San Cristóbal.
“Yo soy un simple pecador arrepentido cada día”, expresó el reconocido actor dominicano Raymond Pozo con serenidad, al compartir detalles íntimos de su vida marcada por la fe y la superación.
Nacido en Las Flores y criado en los montes de Jamei, Pozo narró cómo su camino desde la pobreza hasta la fama siempre estuvo acompañado por el compromiso con sus raíces.
Recordó con dolor que dos días después de perder a su madre tuvo que subir a tarima. “Eso no se olvida nunca. Eso te marca para siempre”, confesó, dejando ver su lado más humano.
A lo largo de los años, ha experimentado otras pérdidas personales justo antes de presentaciones. La risa, para él, ha sido resistencia, no simple entretenimiento.
Miguel Céspedes, su compañero de carrera, ha sido su apoyo constante. Ambos rechazaron actuar en colmadones o car wash, apostando por escenarios más grandes.
Eventualmente, decidieron actuar solo en teatros. “No es elitismo, es estrategia. Porque detrás de nosotros hay muchas familias que comen de lo que hacemos”, explicó Pozo.
Gracias a esa visión, lograron transformar el humor popular en una industria sin perder su esencia. Esto les permitió elevar el estándar del humor dominicano.
Raymond también ha profundizado en su espiritualidad. Lanzó “La guagua vacía”, un tema rap con un mensaje crítico: “Si Cristo viniera hoy, se decepcionaría… la guagua se va vacía”.
Esta canción denuncia el uso superficial de la fe, que según él, se ha vuelto un espectáculo para obtener vistas y aplausos, olvidando el verdadero mensaje cristiano.
“La fe es amor, no espectáculo. Es práctica, no apariencia”, afirmó, señalando que su fe guía cada aspecto de su vida, no solo su arte.
Pozo considera que su mayor orgullo es su familia. Narró cómo su hija Estrellita, en una pasantía, le negó revelar su sueldo por un contrato de confidencialidad.
Lucerito, su otra hija, nunca usó el peso de su apellido durante sus estudios. Solo el día de su tesis reveló que era hija del comediante, algo que él valora profundamente.
“Esa es la mejor herencia que les dejo: el respeto propio, la integridad, el don de gente”, aseguró con emoción al recordar la conducta de sus hijas.
También habló de sus nietos con ternura. “Si hubiera sabido que era así, los hubiese tenido primero”, bromeó, reflejando el amor que siente por ellos.
Raymond evita la polémica. “Prefiero perder la razón y no la paz”, dijo, aclarando por qué nunca ha estado envuelto en escándalos o discusiones públicas.
“No importa cuánto me ofrezcan, si no me permiten hablar de Dios, no voy”, afirmó con firmeza, destacando que su fe define los escenarios que pisa.
Solo imita a quienes admira, como Omega, a quien celebra en sus mejores momentos. “No lo ridiculizo. Lo celebro”, explicó, demostrando respeto y admiración.
Aunque no estudió arte, fue sastre y durmió con nueve hermanos en un cuarto. Pero creyó en su madre cuando le dijo: “Tú eres artista”. Y eso fue suficiente.
“No tengo miedo de partir, porque sé a los brazos de quién voy”, dijo sin temor. “He cumplido. Y si alguien intenta manchar mi nombre, el pueblo dirá la verdad”.
“Un buen nombre vale más que toda la riqueza”, concluyó. Esa ha sido su mayor obra: una vida coherente, digna, limpia y guiada siempre por una fe inquebrantable.